Ocurría una mañana de noviembre del año 1974, la calidez y el ambiente agradable primaveral pareciese como si se hubiera esfumado en aquel poblado del cual no recuerdo nombre alguno, que se encontraba rodeado de montañas con el verde más oscuro que la naturaleza pudiese concebir. Fría mañana de noviembre cubría la neblina de una manera extraña y repentina no prevista para las gentes de aquel lugar.
(Autor: Cokeus Demain)
Para Sabrina pareciera que ni ello era capaz de romper la rutina y monotonía de sus días, cansada ante su joven vida cercana a los 20 años, el sentir que nada pareciera impresionarla.
Se levantó durante el día como a la hora en que acostumbraba hacerlo y salió a caminar sin rumbo alguno, esperando encontrar respuestas personales para preguntas existenciales sobre la vida.
Lo único que pareció causarle curiosidad fue que en su caminar encontró más gatos de los que acostumbraba a ver en cada una de las calles y callejones que recorrió en su trayecto.
Al llegar la noche, Sabrina miró al cielo encontró una luna llena que con acostumbraba a ver, pálida cremosa y brillando en todo su esplendor con la grandeza jamás vista. Impresionada ante tal espectáculo como gracia y presente de la naturaleza misma, detalle para ser contemplado por los ojos de todos los seres conscientes en aquel momento.
Sabrina le expresó a todos los presentes que la rodeaban, que miren al cielo, que vean la luna en toda su expresión, mientras sus ojos parecieran que se hacían uno solo junto con tal luna llena en el cielo.
Los presentes no se sintieron asombrados, ni le prestaron atención a lo que Sabrina deseaba compartir. “¿Es que acaso nunca han visto la luna llena?, ¿Es que acaso los bosques que rodean este poblado, no tan solo han cubierto las casas, los ríos y el viejo cementerio? También han cubierto a las personas. Por eso todos los días me parecen iguales, estoy harta de la monotonía, harta de esto, si fuera por mi…”
En ese instante sintió que algo rodeaba su pierna, algo suave parecía deslizarse entre ella buscando llamar su atención. “Ohhh, un gato”. Exclamó en su asombro. En efecto era un gato negro de ojos dormilones, un gato que no maullaba, que pareciera mudo, pero en sus ojos expresivos se comunicaba con la mirada y sus gestos al andar, al mover su cola y sus pasos entre la noche.
Sabrina tomó al gato entre sus brazos, parecía un gato dócil, pues este dejo acariciarse por un momento, hasta que sin aviso, este se le escapó de sus brazos, corriendo hacia una dirección de la cual Sabrina intentó seguirlo. El gato se detenía por algunos instantes, solo para que Sabrina pudiera alcanzarlo, como si quisiera llevarla a algún sitio. Corrieron entre las calles, corrían entre las calles que cada vez se volvían más oscuras. Hasta que de pronto todo era negro, no había ninguna luz. A lo que Sabrina tropezó y al abrir sus ojos se encontró entre un jardín nocturno, pero esta vez estaba rodeada de gatos, de distintos colores, tamaños y formas. Parecían entenderse entre sí.
– ¿En dónde estoy? – Preguntó Sabrina.
– Estas en el Jardín de los Gatos, estas con nosotros. – Respondió el gato.
Se acercó a una laguna cercana miró al agua, y en efecto, Sabrina ahora era una gata, tal igual como el gato que siguió.
– ¿Por qué soy una gata?, ¿Por qué estoy con ustedes? – Preguntaba Sabrina, lamiéndose el cuerpo al reflejo de la honda luna llena que la bañaba entre su claro.
A lo que el gato tomó un hondo respiro, y abriendo sus ojos sonriendo a Sabrina, le responde:
– Porque nos aburrimos de ser humanos –